sábado, 29 de mayo de 2010

La frontera.

“La frontera se corporiza como un espacio de conflicto y de acuerdos, un elemento complejo que adquiere entidad no sólo física sino simbólica” Patagonia Otra.


Hablar de la frontera desde ella misma es complejo, además de las percepciones distintas de los que vivimos en ella su misma complejidad la hace inatrapable. En un encuentro de la frontera sur, Patagonia Otra se comentaba que “La frontera se corporiza mentalmente como un LIMITE: es confín y principio, inclusión y exclusión, tierra de nadie y no lugar: periférica, marginal, desplazada. Pero también es ESPACIO: lugar de intercambio y mestizaje, nebulosa difusa plantada en el límite de las cosas.
Nuevo escenario que aloja el potencial de lo posible y la fragilidad del lugar de la utopía. Cuando la frontera es la representación de la oposición entre sistemas, es casi siempre obscena y trágica, impermeable y sin poros; en cambio, cuando adquiere grosor inevitablemente contempla un espacio interior muy rico, un espacio de tránsito furtivo de confrontación y transculturalidad, una nueva geografía a ambos lados del límite que se redibuja permanentemente como una reconciliación, un gigantesco palimpsesto narrativo que guarda los rastros y huellas de otras vidas y memorias. La frontera se convierte en un punto de encuentro, un espacio donde se define la vida contemporánea. En Tijuana el “otro lado” siempre ha significado una extensión de este “otro lado”, cruzamos el límite sin cuidado, de manera natural asimilamos, gozamos, sufrimos, nos integramos bioculturalmente, aún más, podemos vivir por temporadas cortas o largas sin dejar de ser de “este lado”. Sin embargo “los otros” nos dan la espalda, nos desconocen, viven asilados perdiendo la oportunidad del encuentro, se pierden la energía creadora de construir caminos. La frontera como punto de partida. Pasar de un país a otro es un concepto que trasciende lo geopolítico y entramos en el territorio de las identidades. La frontera es una oportunidad que los gobiernos pierden, cada acción de gobierno debería marcar una nueva ruta, un modelo cultural, político, social, urbano y económico. Se pierde en aras de seguir lo conocido o lo aparentemente seguro y comprobable, lo fácil por la búsqueda, el ciudado de la imagen por el riesgo de ser el mejor. Vivir en la frontera es vivir en el borde, físico-mental donde se puede elegir la interacción o el encierro en la tierra de nadie. Aunado a esto nos encontramos con las fronteras dentro de la frontera, los límites internos, llámense el mar, la montaña, el muro, el boulevard, el barrio, fronteras internas que marcan una manera distinta de imaginar la ciudad, de vivirla, de recorrerla. Atenuar estas nuevas fronteras nos representa otro esfuerzo que no se puede desconocer. Detrás de la frontera geográfica entre los países nace una cultura distinta a la que impera al interior de cada uno de los países, dentro de las fronteras internas nace una cultura distinta a la que impera dentro de los otros límites y esto se toma poco en cuenta al desarrollar proyectos culturales o sociales. Se ignora lo simbólico, que hay otros sujetos con otros conflictos y dilemas, permeados por otras tradiciones. El cerebro, como lo analizamos en escritos anteriores, crea sus propias conexiones, se modifica físicamente para adaptarse a su entorno y requiere nuevas conexiones en un nuevo entorno y para ello requiere de un proceso de integración a través de procesos netamente culturales. Por ello la insistencia de que el ámbito de la cultura debe permear en los otros ámbitos: social, económico, medio ambiente. Por ello en otros países y ciudades que han entendido esto aún los proyectos de transporte o seguridad se convierten en proyectos culturales por que abordados desde esta perspectiva se toman en cuenta los imaginarios, la diversidad y los sueños de un ciudadano en espera de respuestas. Sobretodo en la frontera que va marcando nuevos caminos para el mundo.

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