sábado, 29 de mayo de 2010

La estética de lo irreal


“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor. . .ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. Todo es igual. Nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor”. Tango /Cambalache

Todo comenzó con una nota que hablaba de cómo las compañías propietarias de los grandes cruceros compran sus propias islas en el Caribe, construyen instalaciones portuarias al “estilo caribeño” y a los turistas los recibe un personaje disfrazado de pirata, porque en el Caribe había piratas ¿o no? Y los turistas locos de contento regresan de su travesía habiendo conocido las bondades y emociones del “Caribe”. Román Gubern, semiólogo y teórico catalán, aseguró que vivimos en una sociedad que propicia la mentira y la simulación, donde la frontera entre lo real y lo virtual es más difusa. El siglo XXI, afirmó el experto, es el de la opulencia mediática, de la hiperabundancia de las representaciones, pero también la época de la realidad virtual donde vivimos la confusión de lo real y lo imaginario, es decir, la era de lo sicótico. “Cuando dejamos de distinguir lo real de lo virtual, entonces comenzamos a vivir una época de incertidumbres, lo que nos demanda estar más alertas que nunca, porque el simulacro está reemplazando la realidad tridimensional y tangible”. Yo añadiría que la realidad la estamos sustituyendo por una realidad cada vez más irreal. En el caso de los cruceros las ciudades reales del caribe parecen ser muy sucias, desordenadas, con mucho ruido. Sus habitantes no visten bien, hay demasiada diversidad (¡) entonces los cruceros tienen que ofrecer un espacio pulcro y ordenado. Eloy Méndez Sáinz del Centro de Estudios de Norteamérica del El Colegio de Sonora habla de un hotel en Tijuana: “El Hotel Grand Palma Real es botón de muestra. Un hotel de paso en una ciudad de paso, ubicado en una calle de tráfico rápido parecería ocioso, prescindible, o al menos confundido en las intrascendencias de la arquitectura masificada. Y no, no descansa su función en la invitación discreta. La fachada está revestida de exotismos sobrepuestos, yuxtapuestos y hasta mezclados en híbridos arbitrarios. El pavor al vacío no deja resquicio en paz. Todo muro está decorado en actitud barroca sin emplear el lenguaje del barroco. El eslogan del acceso invita al placer y al poder, es una serie de alusiones agresivas, chocantes, explícitas algunas, subliminales otras; el abigarrado conjunto imposibilita contemplaciones donde la reflexión sobra por inoportuna; el fauno petrificado, el león real, la columna potente y la cabeza del puma brioso asientan la seguridad erótica del macho cabrío. La salida es el remanso acuático que
pretende limpiar resabios, armonizar el breve pasaje con elementos naturales unos y de fantasía sacra otros; los nobles delfines chapotean, la ninfa rodeada de nenúfares y lirios, la desnudez de la diosa egipcia evoca la fertilidad terrena del entorno paradisíaco. Dominantes, la gran cabeza oriental y la pirámide amparan y estabilizan el tinglado, montaje de set hollywoodesco que pone punto final al episodio incorporándolo al bagaje de las imágenes quedan fe de la existencia del encuentro furtivo. Los estereotipos apoyados por el cine, la televisión y la propaganda inmobiliaria han codificado el espacio “bueno” como el iluminado, despejado, limpio, claro, vigilado, de armonía social, con apariencia física funcional de las construcciones y pavimentos, concurrido pero desahogado, amplio y ajardinado, en suma, es habitable (de éstos unos cuantos ejemplos en el cine serían American Beauty, Big Fish, Blue Velvet, Truman Show). El espacio “malo” concentra datos opuestos: es oscuro, estrecho, confuso, contaminado, con interferencias visuales, construcciones deterioradas, maleza, graffitis y gente disfuncional, sucia, con vestuario tribal, enfermos, homosexuales, prostitutas-, es criminalizado (véase, por ejemplo, la ciudad Gótica de la serie Batman y las brillantes realizaciones Blade Runner y Sin City). El primero es seguro a la actividad urbana y al descanso placentero, el segundo sugiere la ociosidad insana, la agresión, el atractivo vértigo de lo desconocido. Ambos espacios son, por requerimiento de estereotipo, excluyentes. Reducida a la población que la construye y modifica, sería la ciudad una manufactura entendible en todos sus rincones, una colmena de buenos vecinos laboriosos que se repiten y viven en comunidad. Desde luego, los malos vecinos no están incluidos en la promoción”.
Román Gubern afirma también que hay que vivir más alerta que antes. Cuando existía una división del conocimiento había una élite de expertos que eran un poco los guardianes del saber, pero como ha sido dinamitada, ya no hay control de calidad en el intercambio de la cultura, y al no existir, todo vale, lo que constituye el signo de la posmodernidad. Ante este naufragio de valores y de cánones debemos estar muy alertas porque es la época de los que quieren hacer pasar barro por oro. Vivimos la era de las incertidumbres. Y yo veo que el riesgo mayor es que podemos convencernos que aquello que no es real es verdaderamente lo real. Y ahí…estamos perdidos.

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